domingo, 22 de mayo de 2011

Crónicas de un soldado de línea II

Voy a poner el segundo capítulo:


CAPÍTULO 2

Aún no caí en un problema: había muchos grupos de piratas que oscilaban entre cinco a cuarenta, y no podía arriesgarme a que me cogieran. Pensé que la mejor opción era viajar por la noche, y descansar por el día. Como ese era el único plan que se me ocurría y yo tenía una herida en el costillar que me hacía andar lento, opté por ese plan.

Me hice un campamento en un claro, y cacé un conejo. Comí además un poco de pan que guardaba. Dormí por el día, por lo que no puedo contar mucho, pero cuando anocheció, me puse en camino.

Esa noche fue muy tranquila, aunque a veces me asustaba y desenvainaba mi espada porque oía alguna fiera cazar. Cuando empezó a amanecer me instalé entre dos árboles para descansar mi cansado y dañado cuerpo.

Cuando volvió a anochecer, me puse en camino de nuevo, hacia Sargoth. Esta vez no me asusté al oír lobos cazando, pues sabía que no me atacarían. Volvió a amanecer y esta vez me instalé en un pequeño claro. Una vez desayunado, conté el dinero que tenía: cien denares, suficiente para pagar mi estancia en la taberna de Sargoth. Cuando se fue la niebla matutina, atisbé la ciudad, y lleno de emoción, me olvidé del dolor de mis heridas.

Estaba a mitad de camino, y me paré, cuando noté un cuchillo en mi cuello, y una voz muy grave que me dijo: ¡beberé en tu cráneo!. Acto reflejo, saqué un pequeño puñal y lo clavé en la entrepierna del bandido. Empezó a soltar alaridos de dolor, como cualquier hombre al recibir una herida en ese sitio, y, antes de que llamara a otros piratas, le corté la yugular a sangre fría, algo que no me gustó nada porque no me califico como un asesino sanguinario. Salí corriendo, con todo mi equipo a cuestas, y múltiples heridas, como no he hecho nunca, y llegué hacia el mediodía a Sargoth.

Estuve dos semanas en Sargoth, y compré un casco nuevo, porque el antiguo ya tenía unas grietas irreparables. Cuando me creí recuperado de mis heridas, salí de Sargoth. Corrí tanto como pude hasta salir de territorios del Reino del Norte, y me aventuré en las llanuras swadianas, donde no hubo problemas, salvo que la carne que me sobró de la taberna se pudrió. Habían pasado dos semanas y cuatro días desde la batalla con el Jarl Aedin, y ya no me acordaba del olor de la sangre, el nublo en los ojos de la batalla, de los gritos de dolor, pero de lo que más recordaba eran los aterradores vikingos, con los que no me gustaría luchar nunca, aunque el destino los decidirá...

Avisté las tierras Rhodoks, y pensé en luchar para aquellos nobles, a probar suerte. Se me gastó el pan, pero llegué a Veluca, donde conocí a un hombre muy majo llamado artimenner, que se ofreció a acompañarme, pero no podía permitírmelo. Con una pequeña frase engañé al guardia del castillo: “yo soy igual de importante que cualquier persona de Calradia” ¡Inepto! ¡No me extraña que no llegara a más de guardia!. Me presenté a un noble llamado Conde Tarchias, que tenía una gran mesnada, e hice un contrato con él de dos batallas.

Sentí que ahora mi camino se empinaría más aún, pero solo era una corazonada.

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