miércoles, 21 de septiembre de 2011

Historia: Especial vuelta al cole

Después de casi medio verano sin escribir, he decidido hacer unos cambios en la historia para así empezar el curso.


TEMPORADA 2

CONOCIENDO A SIR MIGUEL.
PRÓXIMO OBJETIVO: REINO DEL NORTE

El éxito fue total, y yo ya estaba libre. Un hombre joven y bajito, con pinta de guerrero experimentado, se me acercó: “Eres increíble. Hoy has demostrado ser uno de los guerreros más fuertes de Calradia. Me llamo Sir Miguel, y soy también un guerrero, solo que yo tengo una compañía.”. “Encantado de conocerte Sir Miguel” Contesté yo. “Sir Miguel siguió hablando: “Bien, he oído que odias el reino del Norte. Pues da la casualidad que yo también, y sueño con destrozarlo y matar a todos sus nobles. Ésta es mi propuesta: quiero que te unas a mi compañía, con un muy buen sueldo, claro”. Me lo pensé durante unos segundos, hasta que asentí. “Partimos esta tarde hacia Ismirala. Se me ha mandado defender ese pueblo.” “Estaré listo para salir”. Contesté.

A las seis de la tarde partimos hacia el pueblo. Sir Miguel tenía una compañía muy pequeña, de unos cincuenta hombres, todos ellos muy amables. Montamos el campamento y pasamos la noche. Por el día, nos ordenaron formar para la batalla: El ejército enemigo estaba ya en formación. Sir Miguel dio un paseo con su caballo por la fila. Finalmente se detuvo cerca de mí y pronunció una arenga para nosotros: “ El ejército enemigo nos supera ampliamente en número, pero nosotros tenemos la ventaja del terreno y tenemos el sol a favor, lo cual afectará mucho a los arqueros nórdicos. Desde niño siempre odié a los nórdicos, pero nunca pensé que pudiera estar al mando de una compañía de avezados hombres como vosotros. Yo estoy dispuesto a ir al infierno por vosotros. ¿Estais vosotros dispuestos a morir por mí?” “¡SÍ!”. Gritaron los soldados. “ Pues ésta es una arriesgada batalla de la que depende toda la guerra. La presión es muy grande, lo sé, el enemigo es muy poderoso, pero nosotros tenemos a los más veteranos soldados de Calradia. ¡Matemos a esos jodidos nórdicos!”. Ovación general por parte de los soldados.

A continuación, desmontó del caballo y se puso al lado de mí, en primera fila. Tenía un sobretodo, escdo cometa de infante y espada bastarda, equipo muy simple.

El ejército enemigo estaba muy cerca, y los proyectiles estaban volando sobre nuestras cabezas, el implacable sol nos golpeaba sin piedad, pero no nos movimos de ahí. Sir Miguel gritó: “¡Caballeros, llegó la hora de morir!”. Y diez caballeros vaegir cargaron contra el enemigo, rompiendo sus filas. “¡Matemos a esos cabrones! ¡Solo merecen morir!”. Los soldados insultaban a los soldados nórdicos. Se ordenó la carga. Todos fuimos con muchísima rabia hacia esos malditos vikingos.

El impacto fue brutal. La melé era impresionante. Poco a poco se fue haciendo más dispersa, ocupando más espacio. Sir Miguel peleaba con unos golpes muy rápidos y letales, con mucha soltura. Luchaba tan bien como el rey Ragnar y yo juntos. Era increíble. La calidad general del ejército nórdico era muy baja, lleno de levas de campesinos a los cuales solo se les derribaba con un golpe. Maté a cinco hombres nórdicos. Apenas pude ver algún huscarle nórdico por la melé. La fila de infantería enemiga cayó.

Los proyectiles no caían, estaba todo muy tranquilo, con pájaros sobrevolando en busca de carroña. De repente, por detrás de la colina, al menos cincuenta huscarles nórdicos cargaron a nuestras espaldas, sedientos de sangre. La muerte estaba cerca. “Es imposible, es imposible aguantar todo eso, moriremos todos” Dijo muy seriamente Sir Miguel. Nos dimos rápidamente la vuelta y gritamos todos a la vez: “¡Hoy, muero aquí!”. La lucha fue la más sangrienta que vi en mi vida: Las hachas y golpes volaban, había ríos de sangre por el suelo, junto a cadáveres mutilados y sangrando. Sin embargo, como yo ya tenía experiencia contra nórdicos, me resultó más fácil de lo normal.

La lucha seguía durante varias horas, yo ya perdí la noción del tiempo. Las heridas empezaban a escocer, ya que se estaban infestando. Se levantó viento, lo cual hizo más confusa la pelea. Por cada golpe que dabas, nos sabías si le herías a un enemigo o un amigo. Un golpe de escudo me tumbó definitivamente.

Cuando volví en mí, la lucha seguí, con Sir Miguel lleno de sangre causando terror entre las filas enemigas, junto a unos pocos hombres, luchando contra el ya muy desgastado ejército nórdico. Me di cuenta de que tenía una gran herida de espada en el vientre, la cual hacía que no me pudiera levantar. Sir Miguel advirtió que estaba con vida. “¡Venta idiota, me da igual que estés herido o no puedas más, necesitamos todos los hombres posibles, nos están friendo!”. Esos insultos me dieron un último aliento para levantarme y coger mis cosas, aún con la herida sangrante.

La verdad es que los hombres que quedaban estaban en el verdadero infierno. Me acerqué cojeando a un huscarle nórdico que peleaba contra un infante vaegir y le rebané la cabeza con rabia, sintiendo como su sangre se pegaba a mi cota de malla, ya bastante rota. Los músculos de las piernas y los brazos me ardían, y la cabeza me daba vueltas del dolor. La herida me laceraba. Estaba a punto de desplomarme pero aquellas palabras me retumbaban y me obligaban a seguir matando. Solo quedábamos tres de los nuestros: Sir Miguel, un jinete vaegir desmontado y yo. Los tres estábamos con unas caras de cansancio que asustaban, viendo y oliendo a la muerte, luchando cara a cara contra ella, mientras otros cinco huscarles quedaban en pie.

Un nórdico se decidió a matarme. Eso no lo conseguiría nunca, ya que , aunque los dos estábamos cansados, me fijé en que descuidaba mucho la defensa y antes de darse cuenta, yacía en el suelo sangrando. Vi como Sir Miguel abría en canal la cabeza de un oponente sin casco. En ese momento, se derrumbó y cayó al suelo, lleno de sangre, suya o de otros.

Era un dos a tres. Mi compañero fue hacia mí y me dijo: “Los tres tienen hachas a dos manos y los escudos nuestros están hechos pedazos, así que dejamos que nos rompan el escudo con un golpe y les ensartamos con la espada”. Yo asentí. Uno de ellos fue a golpearme de arriba a abajo con un golpe definitivo. Justo cuando la hoja del hacha tocó el escudo, me despojé de lo que se convirtió en añicos y aproveché el hueco para clavarle la espada dolorido. Mi compañero no tuvo tanta suerte y murió.

Era ya un dos a uno y yo estaba con la adrenalina por las nubes, con el corazón latiendo a mil. Entonces, uno de ellos lanzó un ataque a las piernas para derribarme pero di un salto pequeño pero lo justo, lo máximo que pude. Le clavé la espada en la yugular y murió al instante. El otro, sabiendo que no tenía nada que hacer contra mí, dejó el arma y se puso de rodillas a pedirme clemencia: “¡No me mates. Tengo mujer e hijos, yo no quería hacer esto, me obligaron!”. Los próximos segundos serían los más placenteros de mi vida. Corté de dos tajos la cabeza del hombre, y le destrocé las costillas y los órganos en un tercer golpe. El cuerpo inerte cayó al suelo, mientras yo sentía euforia absoluta.

Corrí a por Sir Miguel, que estaba con vida, bastante herido, pero cayó de agotamiento más que por lo demás. Le ayudé a levantarse, costandome bastante también, y nos fuimos apoyados de los hombros el uno con el otro hasta un caballo que tenía unas cantimploras de las que bebimos.

“Mi ejército ha quedado completamente destrozado. Dudo mucho que haya algún herido terminal que pueda ponerse en pie después. La verdad es que has demostrado hoy que luchas mejor que cualquiera en Calradia. Enhorabuena por ese título”. Dijo Sir Miguel, boqueando sin parar. “¿Porqué nos hemos enfrentado a tal masa de enemigos hoy?”. Pregunté. “El ejército del mariscal está de camino en la otra parte del reino para hacer un ataque definitivo contra el reino del Norte. El problema era que habíamos dejado poco defendidas las fortalezas y me mandaron a mí, que yo soy un gran general, repeler ese ataque o por lo menos retrasarlo y diezmarlo lo suficiente como para que llegaran los refuerzos“.Contestó Sir Miguel. “¿Y que haremos ahora?”. “Supongo que nos uniremos a los refuerzos e iremos con ellos al Norte a conquistar lo que queda”.

miércoles, 31 de agosto de 2011

SimAtletismo 1.1

Todo comenzó el verano del año pasado cuando, en medio del campo y sin comunicaciones no teníamos nada que hacer. Entonces, a mi hermano, que es programador de software libre, fijándose en que hago atletismo, se le ocurrió la genial idea de hacer un juego. Programó durante una semana sin parar, mientras yo hacía el diseño gráfico y la beta-tester de mi prima lo probaba. Al final nos salió un programa en el que unos dibujos hechos en paint se movían según se pulsaba.

     Pero hasta hace unos días, mi hermano no se dignó en mejorarlo y dejarlo más "professional". Programó durante tres días más, y salió SimAtletismo v 1.1 . A continuación describiré en detalle el programa:

1. Es software libre, por lo que podéis hacer todas las modificaciones que quiera uno mismo.
2. Tiene un sistema de salidas nulas que hace el juego más entretenido.
3. ¡Hasta cuatro jugadores!.
4. ¡Tiene una cámara que sigue al primero para que te sientas como Usaín Bolt!
5. Puedes poner la imagen que te plazca siempre y cuando se llame j(1)(1)(3)(4)a para la primera imagen, y j(1)(2)(3)(4)b para la segunda (porque tiene animación).

   Eso es solo un poco de lo que tiene SimAtletismo 1.1 . También mi hermano, al saber de primera mano que hay siempre gente que intenta hacer trampitas, hizo que no se pudiera dejar pulsado y ya (ya sabéis, que eso no funciona). ¿Y la imagen que queramos poner tiene que ser de algún tamaño especial? . No, pues el programa ajusta la foto al tamaño.

Me gustaría que todo el que juegue a este juego, ponga un comentario con su récord, acompañado, si puede ser, de una captura de pantalla. ¡Premio para el primero que consiga superar a Chuck Norris! .

Y no voy a seguir dejándoos con las ganas de descargar el juego:
Juego en sí: http://db.tt/bNCzvFc
Código fuente (para los programadores jejeje): http://db.tt/zEYAxSY

¡Y ésto es todo por hoy, amigos!

sábado, 6 de agosto de 2011

6000 Visitas!

En estos últimos días (creo que anteayer) llegamos a la cantidad de 6000 visitas, cosa que, comparada con otros blogs, no es gran cosa, pero para mí es bastante. Quiero destacar a la cota de malla de anillas de refresco que en poco tiempo se ha convertido en una de las entradas más vistas del blog con 139 vistas en lo que lleva el blog. Además, quiero también destacar y agradecer a El Flaco Experimental, que es la primera persona que visita con regularidad esta página (activo, y que comenta, si hay otro, no me habré dado cuenta :) ). Sé que las últimas entradas eran siempre de mi historia, y que puede parecer que el blog es solo de eso, pero en estos últimos meses, entre exámenes y todo no he tenido mucho tiempo para otras cosas. También es cierto que ha pasado ya mucho verano, pero el calor me hace vago xD. Tengo dos capítulos más escritos, pero los pondré en Septiembre. Ya me voy de vacaciones y no escribiré hasta que vuelva para el instituto. Llevo tres años escribiendo, aunque yo diría dos, pues en 2010 no escribí nada, pero estoy intentando compensarlo.

Solo quiero decir que me lo estoy pasando muy bien escribiendo y viendo que la gente se pasa por aquí. Únicamente me queda daros las gracias a todos.

Atte. Yo, el creador del blog.

jueves, 28 de julio de 2011

Crónicas de un soldado de línea XII

CAPÍTULO 13

El suelo en el que un ejército no puede salvarse sino luchando de forma desesperada se llama terreno mortal.



Inmediatamente otra mole de nórdicos se nos abalanzó, rodeándonos.
El impulso era abrumador, y los dos bandos luchaban sin cuartel, ferozmente. Mientras, el rey Ragnar seguía machacándome con su hacha. Me sentía más desprotegido que nunca, y oí cómo unos soldados gritaban “¡Retirada, esta batalla es un suicidio!”. Estábamos rodeados por todos lados, y yo sabía que ese día moriría. Nunca pensé que haría una aerenga, pero la hice: “Compañeros de armas. El que hoy muera conmigo se ganará un poderoso aliado, mientras que el que huya, se ganarará un terrible enemigo que le arrancará los ojos. ¡Luchad, y morid!”. Esas fueron las palabras que me alentaron a seguir combatiendo contra ese usurpador con casco, a pesar de que me dolían los brazos de encajar golpes con el escudo.

Fue entonces cuando una furia salvaje y desesperada invadió mi cuerpo e hizo lo que le placía, pues lancé una arriesgada estocada que rozó el cuello del monarca y le hizo una pequeña herida. Esa desesperación me guió en toda la batalla.

Me tiró al suelo con el asta del hacha, y levantó los brazos para rematarme. Toda mi vida pasó en un instante por mis ojos, y entonces, una flecha se clavó en la axila de Ragnar, evitando así que me diera el golpe. Acto reflejo, hundí mi espada en un lateral del usurpador, y cayó herido al suelo. Unos soldados se lo llevaron arrastrando.

Mi desesperación y miedo se extendieron a todo el ejército y poco a poco hicimos que el enemigo se retirara.

Todos vitoreamos la aplastante victoria conseguida aquel día. Lo heridos y muertos aliados eran pocos, por lo que podríamos vigilar por la noche.

Letwin se acercó a mí para contarme las cosas que le habían pasado ese día, incluída la flecha que golpeó al rey enemigo. Al parecer, era suya.

A los dos días nos encontramos con más enemigos caminando al castillo, que todavía tenía las puertas rotas.

Después de comer, sobre las cuatro, los enemigos atacaron en conjunto contra el patio, por lo que no hizo falta poner hombres en las murallas. Recibimos la poderosa carga nórdica con fuerza y valor. Los hombres tenían el coraje y la moral necesarios para morir aquella vez.

Pero la abrumadora superioridad numérica empezó a ganarnos, y comenzamos a perder terreno. Nuestros hombres comenzaban a flaquear y a morir, sin que pudiéramos hacer nada. Yo peleaba sin descanso, pero no me cansaba pues estaba acostumbrado a batallas mucho más agotadoras.

Apenas estábamos Letwin, Stamar, unos veinte hombres y yo defendiendo el castillo sobre una manta de cuerpos con ríos de sangre serpenteando entre ellos. El conde me dijo: “Vamos, sálvate tú. Hay un pasadizo secreto cerca de aquella torre”. Todos ellos habían aceptado que iban a morir ese día.

De pronto, un nórdico empezó a atacarme. Yo le combatí sin miedo. Nunca había huído de una batalla. Pero ese sería la primera vez. Di media vuelta y salí corriendo hacia el túnel. Los enemigos me descubrieron y tres salieron en mi búsqueda. Solo podría ganarles si salía a campo abierto.

La persecución duró como tres cuartos de hora, hasta que salí de aquel túnel, dispuesto a vencer a mis perseguidores.

Me moví ágilmente mientras esquivaba los ataques de los tres a la vez y les propinaba golpes. Al final, decapité a uno, y los otros dos se quedaron aterrados. Aproveché el aturdimiento para atravesar a otro con la espada. El que quedaba le corté la pierna y la yugular. Cayó con un río de sangre.

Salí corriendo, pues todavía divisaba el castillo, que ahora ardía. Yo olía a sangre, y además la tenía por todo el cuerpo, por lo que no me dejarían entrar a algún sitio si no me lavaba antes. Descubrí un arroyuelo y pasé la noche allí.

jueves, 21 de julio de 2011

Crónicas de un soldado de línea XII

Interludio que va antes de uno de los hechos más relevantes de la historia.


CAPÍTULO 12

La venganza se sirve fría.

El castillo Jelbegi era nuestro, y serviría como base de operaciones de nuestra revolución. Un hombre de armas swadiano me regaló su cofia en agradecimiento de gritarle para que volviera a la batalla, y así evitar su humillación. Reparamos los daños provocados en el asedio del castillo y reforzamos el portón.

Estuvimos planeando durante tres días, cuando un soldado llegó herido por una flecha y nos dio un mensaje: “El rey Ragnar se ha enfadado mucho y está de camino del castillo. Va a asediarlo personalmente”.

Ésta era la peor noticia que podíamos esperar. Ragnar se había ganado una reputación en los asedios, además de en los campos de batalla.

En efecto, al día siguiente su ejército rodeó y sitió nuestra posición. Todos los soldados tenían miedo. Yo tenía miedo. Sabía que moriríamos todos pero rechacé la multitud de cartas exigiéndonos que nos rindiéramos. El asedio duraba ya un mes, y las provisiones se nos acababan. Vi cómo se acercaba un ariete hacia el portón principal, y otro al secundario, y una torre de asedio por una muralla lateral. Era el mayor despliegue de armas de asedio que había visto. Me quedé estupefacto.

Ordené que la mitad de los soldados permaneciera en el patio junto a mí, mientras la otra mitad estaba en las murallas, rechazando la torre de asedio.

Hacia las dos de la tarde no llegó otra carta exigiendo la capitulación. Probablemente sería la última. Los arqueros empezaron a disparar flechas cargadas de fuego e ira contra la torre y los dos arietes, con el fin de quemarlos, pero les habían rociado agua anteriormente. Hacía un calor espantoso, y más con una cofia dentro del casco.

El ariete que avanzaba hacia el portón principal llegó a su objetivo. Empezó a golpear la puerta reforzada con hierro y troncos. Poco a poco, la entrada se zarandeaba más y más, hasta que se abrió un pequeño agujero en el centro. Todos nos pusimos a la defensiva, con nuestros escudos, temiéndonos lo peor.

Al fin la puerta cedió y nos vino una marea de vikingos con grandes escudos y hachas, dispuestos a matarnos a todos. Éste sería el final de todo.

El tremendo empuje que dio el lado nórdico fue estremecedor. Empezaron a caer hachas sobre nuestras cabezas, golpeando a muchos y dejándolos muy heridos. Los grandes escudos empujaban en una apelotonada melé en la que yo estaba encerrado.

Sobre el fuerte ruido de los escudo chocar se oyó una fiera voz que decía: “¡El comandante mercenario me lo cargaré yo personalmente!”. En efecto, era el rey Ragnar, dentro de una armadura de cuero hervido y blandiendo una temible hacha de guerra. Ese hombre hizo que mi cuerpo se inundara de terror.

Lanzó un poderosos golpe de arriba a abajo que atravesó un poco mi escudo. Yo le ataqué con toda mi rapidez pero el rey tenía una sorprendente velocidad para bloquear. Seguimos luchando, sin que nadie resultara herido. Mi escudo estaba a punto de hacerse añicos, cuando un intenso ruido nos hizo mirar a todos hacia un lado: El segundo ariete había roto la otra puerta.

sábado, 9 de julio de 2011

El Último Caballero - The Last Knight

Mi nueva animación, que he hecho entre ayer y hoy. No olviden visitar mi canal de Youtube y tampoco olviden que estoy en Twitter. (La dirección la veréis en canal). Disfruten.



Comenten y puntúen ;)

lunes, 4 de julio de 2011

Nyan cat

El vídeo dice todo.


Para los que les haya sabido a poco, hay versiones de tres y seis horas :)

lunes, 27 de junio de 2011

Crónicas de un soldado de línea XI

Capítulo once de mi historia. ¿Cómo irá la rebelión contra los nórdicos?. En este capítulo lo veremos.


CAPÍTULO 11
El infierno de un asedio.

Ahora tocaba reclutar a un noble para que se uniera a la rebelión contra el reino del Norte. Me monté en el caballo, que no tenía ni silla ni estribos, lo que hacía que difícilmente pudiera galopar y que me dolieran las heridas que tenía, en especial la del vientre.

Iba bastante lento con ese caballo, así que tardé dos días en llegar a Dhirim. Letwin me dio pescado ahumado para que me alimentara mientras buscaba a un noble. En la ciudad intenté convencer a un tal Haringoth, que por cierto era un bruto mala sombra. Tras una bastante larga deliberación, lo único que conseguí de ese hombre es que llamara a los guardias para echarme de allí.

Compré tres hogazas de pan y tardé dos días y medio en llegar a Uxkhal. Allí estaba un hombre llamado Stamar, que era más educado, aunque yo fuera un simple soldado de a pie. Ese hombre era muy listo, pues era capaz de ponerse a las órdenes de un esclavo para aprender tácticas. No tardamos mucho en puntos en común, y aceptó en unirse a mi causa. Este noble disponía de cien tropas disponibles para batallar, lo que era más que suficiente para capturar el castillo Jelbegi.

Letwin, Stamar y yo viajamos a los alrededores del castillo. Establecimos el campamento en la ladera de una montaña, en la parte alta, por si nos tendían una emboscada. Estuvimos toda la noche planeando cómo asediar el castillo y demases.

Al alba, me desperté siendo comandante de cien hombres. Yo no tenía experiencia en tácticas, y no sabía como saldría esta arriesgada empresa.

Por la mañana, una vez desayunadas las tropas, mandé que formaran un cerco alrededor del castillo, y que no dejaran pasar a nadie, ni entrar, ni salir. Mis órdenes fueron contundentes. También ordené a veinte hombres que hicieran una torre de asedio.

Yo ya había estado en muchos encuentros hostiles, así que, como buen general, estaría en una colina vigilando el campo de batalla junto al general de campo, que era el que con un caballo muy rápido, transmitía mis órdenes a los combatientes.

El día pasó lentamente, mientras ultimábamos las tácticas y preparábamos a los hombres para lo que iba a acontecer. Comí bien, pero no pude apenas dormir unas horas.

Al día siguiente, el comandante del castillo nos mandó un mensaje: “Levantad el asedio y nadie se enterará. Si no lo hacéis, toda la furia del norte caerá sobre vosotros”. Esta carta ni me intimidaba ni me amenazaba, pues yo iba a tomar ese castillo aunque fuera lo último que haría. Dormí mal, otra vez. No sabía si tendría la mente despejada para el día siguiente.

Era el gran día, el día del asalto a los muros del castillo Jelbegi. La torre de asedio estaba lista.

Me coloqué en una colina próxima, fuera del alcance de las flechas, montado en un caballo de caza que me prestaron, enfundado en mi loriga y listo para el combate, junto al general de campo, que iba con un blanco caballo de carreras. Los cien hombres se aproximaron a la torre, y treinta empezaron a empujarla hacia los muros enemigos. A cincuenta metros ya les estaban lanzando flechas y jabalinas, para hostigar y “ablandar” nuestras filas. A treinta metros del castillo, empecé a ver como unas flechas con la punta roja y naranja empezaban a salir de la fortaleza. Lo peor es que todas golpeaban a torre.

La pesada máquina de asedio empezó a arder, y los hombres que la movían se soltaron. Yo, como buen sitiador, tenía un as en la manga: escalas. Le dije al general de campo que fuera al campo de asedio y que comunicara que cogieran las escaleras para asaltar los muros. Salió galopando a toda velocidad. Al parecer los defensores eran más listos de lo que esperaba. Quince hombres se repartieron entre tres escaleras de madera, y corrieron hacia los muros. Cuando cinco estaban pasando, la torre de asedio se desmoronó y les cayó la mitad encima. Una escala menos. Los diez soldados que quedaban llegaron a las murallas y colocaron las máquinas de asedio entre las almenas.

Los noventa hombres que quedaban corrieron hacia las murallas enemigas mientras les caía una verdadera tormenta de fuego. Vi como veinte intentaban huir sin luchar, por miedo a las llamas que arreciaban al ejército. Sin pensarlo, pegué una patada a mi caballo y salí corriendo, a convencerles de que volvieran. Les alcancé rápidamente y les grité con furia: “¡Venid y luchad, cobardes!”, y toqué el cuerno para darles ánimos. El pequeño grupo dio la vuelta y subió a las murallas. Se me ocurrió la idea de que si yo luchaba junto a mis soldados, tendrían más ganas de luchar.

Desmonté y saqué mi espada nórdica y mi broquel nórdico. Solté un grito bárbaro y me aproximé a la contienda. Iba muy serio, como si estuviera en un funeral, ojo avizor por si pasaba algo. Me colé entre los valerosos sodados que estaban y llegué a las almenas, donde estaban Stamar, Letwin, y dos hombres de armas. Grité, sobre el fragor de la batalla: “¡Nórdicos, yo soy el jefe, matadme si podéis!”. Era un grito que insufló moral a las tropas, y todos se rieron y empujaron más.

Atravesé la cabeza de un huscarle nórdico con mi espada, y a otro lo decapité. Luchamos durante unos minutos más, hasta que los defensores de los muros cayeron. El ejército gritó eufórico por la toma de los muros. La batalla proseguía, a nuestro favor. Fuimos matando todo lo que fuera nódico en ese castillo. Mujeres y niños también murieron, incluso ancianos. Fue un día teñido de sangre.

Por la tarde, ya teníamos pleno control sobre el castillo. Di la orden de masacrar a todos para infundir, aunque fuera un poco, miedo entre los nobles nórdicos, y para hacer más insensibles a nuestros hombres. El asedio fue un éxito rotundo.

viernes, 24 de junio de 2011

Crónicas de un soldado de línea X

Este capítulo es el que hará que empiece la verdadera historia.


CAPÍTULO 10
No debí menospreciar un arco.

El mariscal dio un grito de guerra y espoleó el caballo. Nosotros le seguimos. Nos paramos en una colina, donde se veía perfectamente la escaramuza que se estaba dando ese día. Nuestro jefe soltó otro grito, y salió al galope colina abajo. Como éramos sus guardaespaldas, le seguimos. Todos participamos en un contundente choque contra la caballería enemiga. Era todo algo confuso. Aunque no era una batalla grande, empezaba a convertirse en una descontrolada melé. Encontrabas infantes entre caballeros, caballeros entre infantes.

Nos separamos de la batalla, porque nuestros caballos morirían en batalla. Entonces, una inmensa lluvia de flechas empezó a caer. Gracias a Dios que yo tenía un broquel nórdico que me cubría bien. No paraban de caer flechas. El mariscal nos lanzó un mensaje de tranquilidad. El escudo de Erika se hizo astillas, y pronto vi como una flecha le atravesaba entre las cejas y caía del caballo inerte. Estaba acostumbrado a ver morir gente conocida, pero eso me sentó como una puñalada en el corazón.

Las lágrimas empezaron a salir de mis ojos, y acto reflejo, le di una patada al caballo y salí galopando hacia la escaramuza. El mariscal me gritó para que no me fuera, pero yo hice caso omiso. Supuse que eso sería el despido de la guardia del general y la vuelta a la vida de infante.

Enristré mi lanza, la puse bajo mi axila con toda la rabia del mundo. Hoy quería matar. Atravesé la yugular de un soldado de a pie nórdico con mi lanza, pero eso no me sació la sed de sangre de ese momento. Saqué mi espada nórdica y empecé a golpear enemigos. Sabía que eso sería casi un suicidio, pero eso me daba igual. Maté a tres hombres, y a otro lo dejé herido terminal.

Entonces, algo me dijo que saliera de allí y me reuniera con el general. Fue entonces cuando una flecha atravesó el cuello de mi caballo, que cayó muerto en el campo, tirándome al suelo. En ese momento sentí verdadero pánico, al ver que tenía que ir corriendo. Fui rápido como el viento hacia el general, que me comunicó que estaba automáticamente expulsado de la guardia personal.

La escaramuza acabó por la tarde, y montamos un inmenso campamento. Los dos bandos habían recibido grandes refuerzos. Estuvimos tres días en el campamento preparándonos física y mentalmente para lo que acontecía.

Por la mañana del cuarto día nos hicieron formar en filas. La formación de nuestro ejército era dos líneas principales de infantería, yo estaba en la primera, dos escuadrones de caballería, uno en cada flanco, y una larga línea de arqueros en la retaguardia. Se calculaba que nuestro ejército contaba con cuatro mil guerreros, y el enemigo con cuatro mil quienientos.

Empezamos una marcha general, al igual que el enemigo. Yo estaba asustado. Entonces nos paramos, e ingentes cantidades de flechas empezaron a silbar sobre nuestras cabezas. Así mismo, empezaron a caernos voleas de flechas enemigas, que se estrellaban en nuestros escudos, pero también nos herían. A mí me dio de lleno una en el hombro derecho. Fui a quitármela, pero un soldado de al lado me gritó, sobre el ruido de las flechas, que no la arrancara o la punta se me alojaría dentro. Entonces la partí un poco para que no me molestara al luchar.

Una vez intercambiado fuego, mandaron a la primera línea cargar contra el grueso del ejército enemigo. Cargábamos, dejaron de caer flechas, pues el cuerpo a cuerpo le pueden caer flechas a los tuyos o a los enemigos, y más vale no arriesgarse. Entonces dimos un brutal choque contra los nórdicos, y empezó la más sangrienta de la batallas. Ya tuve una lucha muy grande con ellos, así que matar nórdicos fue tres cuartos de lo mismo: Luchar con el escudo arriba y aprovechar sus lentos movimientos.
Seguíamos luchando, y oímos un cuerno de guerra. Al minuto, la segunda línea aliada vino de refuerzo. También oí un ruido de caballos muy grande, y supuse que nuestros caballeros estaban cargando por el flanco enemigo.

Me encontré a un huscarle nórdico, con un gran escudo. Luchaba bien, de forma muy agresiva. Apenas daba defensa, y luchaba sin cuartel. Entonces me vino a la cabeza lo de Erika, y asesté un corte en el cuello del huscarle, que murió. Estuvimos luchando durante varias horas más. Empezó a llover.

El barro que se formaba por la lluvia disipaba el polvo del aire, que muchas veces dificultaba la visión, pero hacía que tus pies se hundieran en el lodo. La lluvia refrescaba y hacía que no tuviera calor dentro de la pesada malla. Mis pies se llenaron de barro, y me pesaban mucho. Tropecé. Mi cara se llenó de barro, y no me daba tiempo de limpiarme los ojos, así que tuve que aguantarme con no ver mucho. Me levanté, con mucha rabia, y amputé de un solo tajo el brazo de un soldado enemigo. Corría la sangre como ríos en el barro, y los cadáveres se amontonaban en e campo de batalla. Se oían gritos de dolor y súplicas por todos lados. Era estresante. Me hicieron varias d¡heridas y cortes en el cuerpo, que se infectaron con el barro. Me dolía todo.

La batalla nunca se acababa. Me despisté un momento, y oí una voz “¡Detrás de vos!”. Me di la vuelta y puse mi escudo encima del casco, entonces vi como media hoja de un hacha se adentraba en mi escudo, mientras saltaban astillas. Tenía miedo, pero reaccioné a tiempo y hundí mi espada en el vientre de mi rival. La batalla proseguía, y no dejaba de llover. El cansancio me estaba pasando factura, y mis movimientos se hacían cada vez más lentos. Estaba agotado. Dejó de llover, y entonces un abrasador sol salió de entre las nubes. Al rato estaba acalorado, sudando. Maté a muchos enemigos, pero me desmayé de cansancio.

Me desperté, seguía la batalla. Aún estaba algo mareado, pero me levante. Destrocé el byrnie de un enemigo y lo maté de un corte. Mi equipo estaba lleno de sangre, sudor y barro, todo en una pastosa mezcla.

Oí otra vez el estruendo de caballos, pero esta vez fue por nuestra retaguardia. Los enemigos nos habían rodeado. Sentí cómo perdía las ganas de luchar, y ganaba ganas de huir. Pero si huía, me capturarían como prisionero, así que permanecí en batalla. Cada vez me era más y más difícil tenerme en pie.

Otra vez oí en galope de caballos, y vi cómo lo que quedaba de nuestra caballería aplastaba las filas enemigas y mataba a los caballeros enemigos. Fue nuestra salvación.

Esta vez nos mandaron a por los arqueros, que nos regalaron una potente lluvia de flechas. Una saeta me hirió el vientre, y tuve suerte de que no me perforara ningún órgano. La infantería de proyectil nórdica se confió mucho al creer que podrían con unos curtidos soldados, muy cansados, pero veteranos. Nos deshicimos de los arqueros nórdicos de un plumazo. Entonces empezaron a vitorear todos. En ese momento, aproveché para coger un caballo sin dueño, y escapar al galope de allí.

Suerte que aún me quedaba un poco de pan duro sin mancharse de barro, porque si no, no tendría nada para comer.

Al día siguiente, pedí permiso para entrar en el castillo de Rindyar. En la sala del señor se encontraba el Conde Ryis, que me contó que estaba descansando después de perder su ejército en la batalla. Además había otro hombre, que me dijo: “Tu cara me suena, creo que ya sé quién eres”. Eso me asombró. “¿De dónde vienes tan herido y cansado?. De la misma batalla que Ryis?. Yo asentí.

Ese hombre se hacía llamar Letwin Buscador-lejano, y afirmaba ser el legítimo rey de los nórdicos. Me preguntó que si quería unirme a su revuelta, que sería difícil. El parecía confiar plenamente en mí, cosa que extrañó. Yo le contesté: “Con mucho gusto me uniré a tu revuelta, Letwin”. “Intentaré convencer a los nobles para que se unan a nuestra causa”.

En ese momento sentí que no había vuelta atrás.

Crónicas de un soldado de línea IX

Este capítulo no me ha salido muy bien, y es una especie de introducción del próximo.

Mi contrato había terminado, y me pagaron la jugosa cantidad de mil denares. Ensillé a mi caballo y me fui. Estaba saliendo del campamento, cuando cinco guardias me detuvieron. “¡Alto, estás detenido!”. Yo pregunté porqué. Me contestaron que era por orden del mariscal y que a mi no me importaba el motivo. Yo tenía espíritu guerrero y no me iba a dejar.

Espoleé el caballo y salí al galope como un rayo. Los guardias, también montados me perseguían con sus caballos de caza. Me estaban alcanzando y me estaba poniendo nervioso. Me estaban gritando que parara, cosa que nunca haría. Un guardia llegó a darle una cuchillada al caballo, que gritó de dolor. Yo no me dejé intimidar por eso y le devolví la jugada con mi arco corto. No le hice ningún daño, por supuesto, pero otro guardia apareció por el otro lado y me sacudió un golpe con una maza que me tiró del caballo.

No recuerdo más, pues cuando me desperté, me encontraba en una tienda de campaña, encadenado.

Entró el mariscal y me habló: “Me han dicho que aguantaste toda la batalla. Tú lucharás en mi guardia personal, quieras o no quieras. No te voy a robar nada, es poco cortés”. En ese momento sentí tal rabia que escupí en la cara al noble, cosa que no me perdonaría. Un guardia dijo: “yo le azotaré, señor”. El noble estaba muy serio, no gesticulaba nada. “No, guárdate el látigo para otro”. “Un soldado tan bueno no puede ser tratado como a un ladrón”.

Al día siguiente me soltaron y me llevaron a la tienda de los guardaespaldas. Los que estaban allí eran personas con buen equipo y muy curtidos. Una voz femenina me habló, y cuando me di la vuelta, vi a la mujer más bella que había visto en mi vida. “¿Cómo te llamas?”. “No te lo puedo decir”. Contesté yo. “Un hombre desconocido. Ja. ¿A ti también te han llevado aquí a la fuerza?”. Yo asentí. “Pues ya somos dos. Me llamo Erika, y soy una guerrera muy buena, vengo del desierto, por eso soy muy morena”. “Encantado Erika”. Respondí.

Pasamos la noche bien, y emprendimos la marcha al amanecer. Erika era muy simpática, y tenía mucho carácter. Ya me la imaginaba yo matando a hombres que subestiman a las mujeres.

Nos detuvimos por la tarde, pero no montamos un campamento, nos ordenaron que formáramos detrás del mariscal, pues éramos sus guardaespaldas. Estuvimos ahí, esperando toda la tarde. Erika llevaba un caballo de guerra y un sobretodo de mallas, no llevaba casco. Tenía una espada, un escudo redondo y lanzas arrojadizas. Era temible. Me aburría, sin saber lo que iba a suceder...

lunes, 20 de junio de 2011

Cota de Malla ¡Tutorial ampliado!


A mí me parece que el tutorial de la cota de mala se me quedó algo corto, así que voy a ampliarlo un poco aprovechando que empiezo cota nueva.
Empecemos con los problemas que mmás se pueden tener:
1. El problema del lado contrario: Si os fijasteis en las fotos del otro tutorial, los cortes de las anillas los hacía hacia la derecha, pues es más cómodo para luego que se mantengan agarradas. Cuando vamos tejiendo hacia arriba, tendremos que enganchar las anillas de izquierda a derecha, y cuando se unan con las de arriba, SE METEN CON LA CARA SIN DOBLECES HACIA ABAJO. Porque si no se hace ésto, os encontraréis desenganchando anillas anteriormente puestas y cosas que no cuadran.

2. El problema de la conservación de la malla: Una vez la terminemos o queramos guardarla para continuarla otro día, NUNCA LA CUELGUES EN UN SITIO. Ésto ocurre cuando las anilas no están muy bien cortadas, y por tanto, no muy bien enganchadas. Las anillas se irán soltando con e tiempo y al final tendrás un amasijo de anillas como éste:
Esta cosa que para lo único que sirve, con suerte, es para reciclar sus anillas es mi antigua cota.

Ya explicados los errores más comunes, y que yo he tenido que aprender a lo bestia, a base de repeticiones (de los que ya estáis informados vosotros), explicaré, paso a paso, cómo empezar tu propia cota de malla.

1. Elegir la anchura de la cota de malla: Ésta es una de las más importantes partes de este trabajo, pues definirá por completo nuestra armadura. Hará que te vaya grande o pequeña, e incluso te hará quedarte sin chapas, o que te sobren. Al número de anillas que lleve la primera fila lo llamaremos "el número mágico". En la cota de malla que estoy haciendo yo ahora, el número mágico es  21, que me va a la perfección, pero es bastante ancho y voy por la mitad, y tengo más de 500 anillas puestas.

2. Asegurarnos de que ese es el tamaño adecuado, pues no lo podremos cambiar después.
3.Hacer un par de filas más: Ésto es para asegurar el diseño.
4. Seguir bajando con las anillas: Por cada dos anillas de la fila superior, pondremos una enganchada a éstas. Pero ¡WARNING!, de esta forma solo haremos una pirámide conforme bajamos, por eso está "la pringailla", que es una anilla que está agarrada a otra de la fila anterior, y que está "marginada".
Pinchar en la imagen para ver el texto.

La pringailla nos sirve para que la cota de malla siga haciendo una línea recta y que no se haga la pirámide que mencioné antes.

5. Seguir haciendo el esquema hacia abajo: Así seguiremos para hacerla avanzar hacia abajo. Es el trabajo más largo, y en el que estás más tiempo. Aunque la parte más difícil es la primera, en donde eliges el número mágico, ésta será la parte que te dará más ganas de rendirte y dejarlo.

6. No probar la cota hasta que sea necesario: Si haces ésto, TU COTA DE MALLA SE CONVERTIRÁ EN UN AMASIJO DE ANILLAS SIN ORDEN Y TE COSTARÁ MUUUUUCHO REPARARLO. Hasta que no esté terminada, y no la vayas a lucir en un evento de recreación, o en un duelo entre amigos, que no reciba golpes, que aunque cueste bastante romperla, por eso terminó mi antigua cota de malla hecha un truño. 
7. Terminada: Una vez acabada, te sentirás orgulloso de tu trabajo y un poco patético por la frikada que acabas de realizar y tendrás ganas de probarla. Allá tú, yo solo te aconsejo, estimado lector, que no la destroces tú con tus manos, o con un arco con el que la destrozarás de un tiro, sino que la destruya un enemigo de una recreación de un hachazo, para que luego, al reconstruirla, pues requiere un mantenimiento, pienses: "mi cota de malla se ha dañado en el fragor de la batalla, que grande soy".

Y aquí termina el tutorial ampliado de la cota de malla. Si tienen alguna duda, no duden en comentar, y sus dudas serán respondidas por el maestro de las anillas de refresco.


lunes, 13 de junio de 2011

Crónicas de un soldado de línea VIII

CAPÍTULO 8
Donde se ponga una buena espada, que se quite lo demás.

Salimos al anochecer. Era de madrugada y era un ejército muy grande. Pronto nos juntamos con otros nobles y se formó un poderoso ejército de mil tropas. Seguramente estábamos en una campaña del mariscal del reino.

Vislumbré una mole de gente a lo lejos. El comandante del grupo nos informó de que era el ejército del mariscal enemigo, y que iba a ser la batalla más dura en la que estaríamos. Yo esperaba que no, pues en todas las batallas duras hay más posibilidad de morir.

Nos ordenaron formar en línea recta, con los escudos cubriéndonos. Me sentía como antes de llegar a Calradia: un don nadie.

Una nube de polvo salió de nuestro flanco derecho y se iba a estrellar contra otra que corría hacia ella. Yo suponía que eran los caballeros. Yo debería estar ahí, de no ser que mi contrato era de infante.

Esa nube de arena se hizo más espesa, hasta tal punto que ya no se veían los caballos. Luego, el mariscal, que se llamaba Falsevor nos soltó una arenga: “Infantes, arqueros, hoy será un día duro, que nos hará sufrir hasta el agotamiento, pero que no os preocupe eso, porque el que va a sufrir es el ejército enemigo”

Luego la multitud soltó un grito de guerra, y todos cargamos bajo una nube de polvo. La carga duró un minuto, pues rápidamente estábamos trabados en combate.
En efecto, la batalla era muy dura. Yo pegaba golpes a diestro y siniestro, con mi espada de acero nórdico, y mi escudo cometa aguantaba los golpes que me lanzaban. Llevábamos cuarenta minutos de combate, y el sudor y el cansancio empezaban a molestar. Hacía mucho calor dentro de la cota de malla, y pesaba mucho. Llevábamos más o menos una hora de batalla, y las fuerzas empezaban a flaquear. La vista se me nublaba poco a poco. Los golpes se sucedían uno tras otro, y el fragor de la batalla me estaba dejando un pitido en los oídos. Me hirieron en la pierna, lo noté, noté cómo me pasaba la hoja de una espada por mis músculos, pero no noté apenas una punzada de dolor.

Ésto era el nunca acabar, porque cada vez que matabas a uno, había otro por detrás. Los guerreros contra los que luchábamos eran los vikingos que yo ayudé al principio, y luchaban como yo los vi en mi primera batalla, gritando improperios y sacudiendo hachazos a todos. Mientras los de atrás te lanzaban hachas. Los virotes de los ballesteros que teníamos detrás no hacían nada a los hombres que estaban detrás de los grandes escudos redondos, que al parecer, nunca se rompían.

Un hombre, enfundado en una cota muy pesada, sacudió un hachazo a mi escudo, ya muy debilitado y con grietas. El escudo se partió en pedazos. Ahora estaba a su merced. Ese vikingo lanzó un lento pero poderoso golpe con su pesada hacha de dos manos, que al ser tan grande, pude esquivar fácilmente. Yo era bajito, y ágil, así que cogí un broquel del suelo y lo puse encima de mi cabeza, justo a tiempo para que no me la abrieran en canal. Acto reflejo, hundí mi espada en el cuerpo del hombre, que cayó sin vida al suelo.

El cielo parecía marrón y me dolía todo el cuerpo. Tenía varias heridas que me laceraban pero que apenas me dolían. No veía apenas nada por el cansancio. A otro le atravesé el cerebro con mi espada, ya empapada de sangre. Me cubría todo el rato con mi escudo porque no tenía energías para hacer más. Desapareció la infantería enemiga. Mi cuerpo estaba lleno de sangre, como mi espada, mis manos, y mi escudo. Tenía una sensación de alivio.

Pero otra mole de tíos con hachas y escudos enormes cargó contra nosotros. Estaba perdido. A diez metros de nosotros nos soltaron una descarga de hachas arrojadizas, que golpearon nuestros escudos.

Seguí luchando, con mucho dolor y cansancio. Teníamos que pelear con los escudos sobre nuestras cabezas, porque nunca sabías si uno de atrás te lanzaría un hacha. La batalla se prolongaba. Llevábamos más o menos dos horas de batalla, y yo ya pensaba que moriría de cansancio o desangrado. Caí al suelo. Me levanté, con arena pegada en la cara por el sudor. Luchábamos y luchábamos, pero siempre salía otro para sustituir al difunto.

Perdí la noción del tiempo durante unas horas, pues estaba sumergido totalmente en la contienda. Vi que empezaba a anochecer, y eso me indicó que llevábamos todo el día luchando. Empecé a tener hambre, pues no había comido nada desde la mañana. La feroz infantería enemiga había hecho estragos en la nuestra, que también había recibido muchísimos refuerzos. Mi cuerpo estaba lleno de sangre. Yo era uno de los pocos que habían estado desde el principio de todo.

Nos ordenaron atacar a los arqueros nórdicos, que eran bastantes. Nos estábamos acercando, andando, haciendo caso omiso las órdenes de correr. Cuando estuvimos a tiro de los arqueros, empezaron a caer flechas que se estrellaban en los escudos.

Mi broquel se empezaba a partir, de recibir flechas. Llegamos a la fila de arqueros, y empezamos a pasarles la espada por el cuello, pues tenían una pobre equipación para el cuerpo a cuerpo. Los matamos rápido, a pesar de que todos estábamos cansados. Los caballeros que quedaban persiguieron a los desertores que huían.

Me sentía extraño, con una mezcla de euforia, alivio y poderío. Seguro que nuestros nombres se conocerían ahora por toda Calradia...

sábado, 11 de junio de 2011

Crónicas de un soldado de línea VII



CAPÍTULO 7
Donde descubro cuánto tiempo necesita una herida.

Habían pasado tres semanas, y mi clavícula estaba muy bien. Ensillé a mi caballo y salí de la ciudad. Tenía el equipo completo, y dinero para pagar algunas cosas. Me dí cuenta de que las estepas no eran realmente planas, sino que eran pequeños montículos.

Yo ya esperaba que algún grupo de bandidos de la estepa me alcanzara y que tuviera que pagarles, pero no me encontré ninguno en todo el día.

El sol se estaba poniendo cuando vi una columna de humo, y le di un golpe con una varilla de fresno al caballo para que galopara. Empezó a venirme un hedor que me sonaba, no sé de qué, pero era asqueroso. Llegué, y era un campo de batalla sembrado de cadáveres y armas. Encontré, milagrosamente, una loriga de mallas en el suelo. Pensé “alguien se la habrá dejado aquí”, y me la puse. No estaba ni rota ni olía a muerto ni nada, estaba como nueva. Continué la marcha con mi caballo.

Estaba ya oscuro, encendí un fuego, y monté un pequeño campamento. Dormí bien toda la noche.

Amaneció, desayuné, ensillé el caballo y seguí mi camino. Empezaron unas llanuras más verdes, por lo que calculaba que debería estar en territorio swadiano. La ciudad más cercana de donde calculaba que estaba era Uxhkal, donde iría a buscarme un trabajo.

Hacía mucho calor, el sol abrasaba, y yo no tenía apenas agua. Entré a la ciudad, que era muy bonita, pero muy tranquila. Era una ciudad pobre, no había mucha gente por las calles, por lo que encontrar trabajo no sería difícil. Me acerqué al herrero, y le pregunté si tenía trabajo para mí. Me dijo que no. Si no tenía el herrero, no tendría nadie, así que intenté ir al castillo.

El guardia me preguntó quién era, yo no pude contestar eso. Al parecer el soldado estaba de buen humor hoy, por lo que me dejó pasar. Me presenté al Conde Plais, contándole mi historia. Tras unos pocos minutos de charla, firmé un contrato de dos batallas con él, pero de soldado de infantería.

Salimos al amanecer del día siguiente. Éste era un ejército muy grande, y me sentía algo incómodo. Estuvimos un día entero de marcha rápida, y divisé, al atardecer una columna de humo en el cielo. Empezamos a ir cada vez más rápido, divisé un castillo asediado, no sabía de qué facción era. Al final terminamos galopando y corriendo hasta llegar al campo de asedio. Allí, sin descanso alguno, nos mandaron unirnos al asalto por la escalerilla.

Empezaron a llovernos virotes por todos sitios, se clavaban en los escudos de los que tenían suerte, y en los cuerpos de los que no tenían tanta. Se habían estrellado cinco en mi escudo. Un virote me dio de lleno en el hombro izquierdo, pero la malla era remachada y paró el disparo sin hacerme un rasguño. Empezamos a subir por la escalerilla, yo ya oía los gritos de la gente, mientras los enemigos nos lanzaban de todo por las torres.

Un virote me atravesó el casco, y me hizo una pequeña herida en la cabeza que escocía como un demonio. Llegué a la melé en la muralla, y empecé a pegar tajos de arriba a abajo con mi espada nórdica. Maté a un campesino que no llevaba casco. Estábamos muy apelotonados, y hacía mucho calor, yo sudaba, y cada vez venían más hombres por la escalerilla. Me hicieron una herida en el brazo derecho, mi cota de malla estaba cediendo. La lucha se hacía interminable.

Se me empezó a nublar la vista, por el cansancio de la batalla. Me estaba mareando, y recordé: “me entrené para ésto, éste es mi trabajo, yo ya he sufrido mucho más” . Éstas palabras me activaron de nuevo la mente, y luché con más ganas. Batallé como si no hubiera otro día, hasta que mi equipo estaba rojo: mi escudo, mi casco, mi espada, mi armadura, mi cara. Pasamos ese cuello de botella, y corrimos por la muralla, matando a todo el que no fuera de los nuestros. Matamos a mujeres y niños, yo maté a una mujer que soltaba alaridos de dolor cuando le atravesé el pecho con mi espada. Maté a un niño, le rebané la cabeza.
Al final del día, habíamos tomado el castillo. Habíamos tomado el castillo de Almerra.

Regresamos a la ciudad, envueltos de gloria y riquezas. Estuvimos un mes entero sin hacer nada en la ciudad, que me vino muy bien para recuperar mi herida de la cabeza. 

martes, 7 de junio de 2011

Crónicas de un soldado de línea VI

CAPÍTULO 6
Volvemos a las andanzas

La luz despareció, y me desperté, otra vez en el campo de batalla, lleno de cadáveres y con cuervos comiendo. No podía mover el brazo derecho y me dolía todo el cuerpo. Creo que se me había roto la clavícula. Tenía un cadáver encima de mi cintura. Tenía miedo. Me levanté, y vi que la zona de la batalla era de medio kilómetro cuadrado. Cogí mis cosas, y me fui. Estaba otra vez herido y sin caballo, como la última vez, pero ahora tenía algo más de dinero. Fui andando muy lento, hasta que encontré un caballo vivo lo suficientemente dócil como para montarlo en ese momento.

Seguí con el caballo, yendo lento porque la clavícula no me dejaba galopar. Otra vez tenía que avanzar por la noche por culpa de los bandidos de la estepa. De los piratas te podías librar si tenías un caballo, pero los bandidos de la estepa son muy veloces. Me quedaba poco pan, y mucho camino hasta la próxima ciudad: Tulga. Mi herida tardaría más en recuperarse porque no iba a tener muy buena alimentación en estos próximos días.
Al tercer día de emprender el camino, vi una nube de polvo a lo lejos y supuse que serían bandidos, así que me escondí lo mejor que pude e intenté aguantar mi dolor durante un tiempo. Ya empecé a divisar lo que era: una caravana siendo asaltada por bandidos. Estaba herido, pero debía ayudarles, y llegar con ellos a Tulga.

Salí galopando con el caballo, aunque me doliera mucho. No tenía escudo, y mi mano diestra, la “buena”, estaba sin movilidad. Esperaba que no me mataran con las flechas.

Estaba llegando y empecé a oír los gritos. La caravana estaba luchando encarnizadamente contra los arqueros caballo. Los bandidos eran menos, pero estaban mejor armados. Cogí mi lanza y la puse en ristre. Un jinete estaba mirando a otro sitio y atravesé la cabeza de su caballo y luego a él. Al caballo y a mí nos saltó una ola de sangre. Guardé mi lanza y cogí mi espada. La puse en posición de corte y, a otro jinete despistado, le solté un corte a gran velocidad en el pecho, que le hizo una herida que si no lo mató al instante, lo haría al rato. La clavícula me laceraba el cuerpo, me dolía a cada paso del caballo. Sentí como algo me punzaba en la espalda: una flecha.

Solté un grito de dolor, y tuve ganas de huir y dejar a estos comerciantes abandonados a su suerte. No hice caso el impulso de desertar y coloqué mi espada como para dar una estocada. Cuando pasó un jinete, que éste ya no estaba despistado y tenía escudo, con el que se estaba cubriendo, le atravesé el cuello con la punta de mi espada, y otra ola de sangre saltó esta vez hacia mí.

Los bandidos empezaron a desertar a gran velocidad. Todos paramos de galopar y dejamos descansar a los caballos.

El amo de la caravana me agradeció mucho la ayuda. Quiso pagarme, pero se le cayó el monedero en batalla. Me dejaron que comiera con ellos. Estuvimos charlando hasta bien entradas las once, y conté que venía herido de una batalla y me dirigía a Tulga, al igual que ellos.

Cuando empezó a amanecer, nos levantamos, desayuné, y nos pusimos en camino.

Al fin llegamos a Tulga. El mercader me dio un poco de lino que yo vendí por doscientos denares. Me compré un escudo nuevo, que me costó el dinero del lino. Calculé que los gastos de la taberna y un curandero serían de cien denares, y me sobrarían cuatrocientos. Me propuse descansar hasta que se me recuperara del todo la clavícula.

viernes, 3 de junio de 2011

Crónicas de un soldado de línea V

Capítulo cinco:

CAPÍTULO 5
Donde descubro la importancia
de una
buena defensa.

No tenía mucha experiencia en presentarme ante nobles, pues de pequeño no me lo enseñaron. Quise ir al castillo de la ciudad para ver si podía firmar un contrato con algún noble de esta tierra.

Llegué al castillo, que estaba en la otra punta de la ciudad. Ahora empecé a darme cuenta de que hacía un viento que podría durar una temporada y que levantaba un poco de polvo por el ambiente.

Subí las escaleras del palacio, y me encontré a un hombre bajo y moreno, sin pelo por toda la cabeza excepto por una larga coleta que le colgaba por atrás. Tras unos minutos de presentaciones y charla, conseguí un contrato de otras dos batallas. Después de cómo me había ido con el Conde Tarchias, esto me parecía una buena idea. Salí de palacio, y pensé: que idiota este hombre, mil denares por apenas dos batallas. ¡Eso era un chollo que debía aprovechar!. Seguí en la taberna esperando a que la mesnada del noble se preparara para partir.

Partimos al día siguiente. Este ejército no me resultó incómodo, pues yo tenía caballo, pero sí me resultó extraño, ya que se componía de jinetes, en su mayoría arqueros. Había oído muchas leyendas y epopeyas de los khergitas, en las que decían que eran temibles guerreros invencibles e inalcanzables. Si ésto era cierto, me iba a venir muy bien para las dos próximas batallas que me esperaban antes de cobrar mil denares. El hombre con el que firmé el contrato era el Noyan Belir.

Estábamos marchando lentamente, cuando sonó un fuerte cuerno de guerra, y todos los khergitas se pusieron a galopar y a gritar como locos. Un jinete me aconsejó que me pusiera a la carga con los lanceros khergitas, puesto que yo también tenía un lanza. Al parecer, la batalla con los Rhodoks extendió mi nombre. Al principio, me pareció una idea un poco bárbara la de cargar con la lanza en ristre, ya que la mía no era de mucha calidad y creo que se podría partir en dos. También podía ponerme con los arqueros, pero nunca había disparado un arco a caballo, ni mi caballo era muy rápido, así que me fui con los lanceros a la carga.

Estábamos todos galopando con nuestras lanzas en ristre, cuando chocamos con algo. Yo estaba atrás y tuve que subir mi lanza para no matar a un aliado. Se había formado un melé de caballeros khergitas y unos jinetes que nunca había visto y que iban con unas cotas de malla. Esos misteriosos jinetes estaban masacrando a los “invencibles” jinetes khergitas. Uno golpeó mi escudo con un lucero del alba, que casi me lo destroza.

Inmediatamente, una lluvia de jabalinas impactó a nuestros caballeros, y mi escudo recibió una jabalina muy fuerte. Sin que me diera cuenta, otra masa de caballeros de cota de malla impactó contra nuestro apelotonado grupo. Yo estaba confuso y mareado, sin saber dónde estaba. Al fin los lanceros pudieron salir del combate cerrado contra esos misteriosos jinetes y cargamos contra la línea de infantería enemiga. Esa línea estaba compuesta principalmente por soldados ligeros, con apenas telas acolchadas con armaduras. Me impresionó el contraste que había entre caballería e infantería.

Una jabalina se estrelló contra la cabeza de mi caballo, que murió y me caí bruscamente al suelo. Estaba, por un lado, una marea de caballos corriendo y dando golpes, y por otro, un montón de hombres con armaduras muy ligeras de color naranja. Y yo estaba en medio de aquella mole de gente, tirado del caballo, y con un escudo bastante roto.

Empezaron a caerme golpes al escudo, parecía que todo el mundo quería matarme, mi escudo me estaba salvando la vida. Estaba confuso, y una mezcla entre el galope de los caballos, y el viento que había, me impedía ver. Me estaba mareando, cuando algo me estimuló: mi escudo se partió en pedazos. Me quedé en una brutal melé, con una espada nórdica y una lanza ligera de caballería. Estaba aterrado, cohibido. Tenía verdadero pavor y una angustia insoportables. Me intentaba defender de cuanto veía. Mi equipo estaba con sangre, y marrón del polvo que había. El Noyan Belir soltó un grito de guerra: “¡No somos nenas asustadas, somos KHERGITAS!. ¿Qué pensarán vuestros hijos de vosotros cuando sepan que sus madres son más valientes que sus padres? ¡Demostrad lo que éramos y lo que somos!” Y eso, aunque estaba dirigido a khergitas, me subió la moral mucho. Empecé a pensar: no necesito ningún escudo, porque no soy un cobarde, rodeado de estos hombres no necesitaré ninguna defensa. Mis pensamientos quedaron interrumpidos cuando un golpe, no sé si de espada o maza, me tiró al suelo y me dejó más mareado que antes. El polvo me cegaba, el cansancio me mareaba. Otro golpe me dieron esos hombres de piel un poco más oscura que la mía, que me hizo ver esa luz que dicen que se ve cuando te vas a morir, y veía como se acercaba, y acercaba, y acercaba...