jueves, 26 de mayo de 2011

Crónicas de un soldado de línea IV

Capítulo cuatro:

CAPÍTULO 4

Por la tarde del día siguiente, nos ordenaron escondernos en el bosque, para tenderles una emboscada. Yo me escondí tras un árbol.

Cuando empezaron a pasar los caballeros swadianos, un cuerno sonó y todos, incluído yo, empezamos a gritar. Cargamos contra los caballeros, a los que el ejército de lanzas mató. La infantería enemiga nos pilló de sopetón por el flanco. Yo ya estaba cansado, pero no herido. Matar a esos caballeros fue algo verdaderamente exhaustivo. A continuación, se dio una sangrienta batalla: mi equipo entero se llenó de rojo de sangre, como si nunca hubiera sido de otro color, me dolía todo el cuerpo, y nuestros hombres empezaban a caer. La infantería swadiana era muy superior a la nuestra, y nosotros no teníamos caballería. Yo estaba aterrorizado, temiendo que pasara como la primera vez que luché en Calradia, que perdiéramos, o que yo muriera. Yo apreciaba mi vida mucho, y no quería perderla. El Conde Tarchias, al ver que estábamos en apuros, se unió a la melé. A la media hora de combate, estábamos totalmente diezmados, y Tarchias tocó retirada. A los dos segundos de empezar a correr, un diluvio de virotes, que iban con una fuerza aterradora, empezó a silbar por el aire. Los swadianos eran en su mayoría sargentos, que no llevaban escudos, y murieron casi todos. Ipso facto nos dimos la vuelta y terminamos con los pocos enemigos que quedaban, los cuales parecían erizos, de tanto virote disparado.
Terminé con algunas heridas menores, y esa noche estuve feliz porque me pagaron con quinientos jugosos denares y un caballo de silla.

Me fui de aquel ejército, ya no tan grande por la última batalla. Raudo y veloz con mi caballo de silla llegué a Jelkala, donde me compré una lanza con la podría ensartar enemigos. Gracias a estas mejoras en el equipo, me pagarían más como mercenario y sería más fuerte, además de tener más probabilidades de sobrevivir a una batalla.

Galopé durante todo el día y pasé por un pequeño paso montañoso, en dirección a las inmensas estepas khergitas. ¡A este paso iba a recorrerme toda Calradia!.

Llegué a la ciudad de Halmar. Era muy bella y estaba llena de gente por las calles. Era una ciudad muy bulliciosa. Allí pude comprarme un arco corto, que podría manejar fácilmente y con el que podría derribar a bandidos.

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