sábado, 21 de mayo de 2011

Crónicas de un soldado de primera línea.

Llevo un tiempo sin escribir, pero estaba muy liado. Pero da la casualidad de que ahora sigo igual. El caso es que llevo unos días escribiendo una historia sobre el juego Mount & Blade. En esta historia cuento lo dura que es la vida de un mercenario de una época medieval. Disfruten.


CRÓNICAS
DE UN
SOLDADO
DE LÍNEA.

Yo nací en una tierra lejos de Calradia, que también estaba dividida y en guerra. Mi padre era un herrero ya viejo, que había estado toda su vida siendo guardaespaldas de nobles. Él me enseñó el arte de la espada desde muy joven. A los veinte años, me fui de campaña con un noble, demasiado bárbaro para serlo. Con él hice largas campañas y gané muchas batallas. Pero un día murió en batalla y su ejército se disolvió. Invertí el poco dinero que tenía en viajar a Calradia, una tierra en sucesivas guerras.

Y aquí estoy, en el ejército del Jarl Aedin, rodeado de bárbaros con grandes hachas sedientos de sangre. Como yo estaba acostumbrado a largas y extenuantes campañas, me situé en primera línea.

Estábamos marchando, cuando un cuerno sonó y dimos un ligero giro a la izquierda y los guerreros de mi alrededor se pusieron aún más nerviosos. El oficial del grupo nos gritó que cargáramos contra otro grupo para auxiliar a un escuadrón aliado. Seguíamos marchando, y cuando quedaban sesenta metros, empezamos a correr. Los bárbaros de mi alrededor soltaron gritos de guerra horrorizantes. Cuando quedaban veinte metros, empecé a escuchar los alaridos de dolor, golpes de espadas contra escudos, y cráneos rompiéndose bajo grandes mazas, algunas con pinchos.
Cargamos todos, y empezó una muy dura batalla. El grupo enemigo duró poco tiempo pero nos hizo mucho daño: yo ya tenía varias heridas en el cuerpo.

Rápidamente, sin descanso, cargamos contra todo el grueso del enemigo. La batalla fue dura, contra hombre con máscaras de hierro en la cara, contra hombres al parecer muy curtidos en batalla. Yo luché con todo lo que tenía, hasta que caí, no sé si de cansancio, o de la multitud de heridas que tenía.

Cuando me desperté, estaba en el campo de batalla rodeado de cadáveres, y veía, con asco, como los cuervos se comían los cuerpos en descomposición. Cogí mi espada y mi escudo, y me levanté como pude, para huir de ahí lo más antes posible. Mi plan era viajar hacia Sargoth, donde me recuperaría de mis heridas.

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