lunes, 23 de mayo de 2011

Crónicas de un soldado de línea III

Tercer capítulo:


CAPÍTULO 3

Compré pan en Veluca, lo que supuso el gasto del poco dinero que me quedaba. Estuvimos dos días en Veluca, esperando, no sé a qué.

Salimos de la ciudad, yo estaba en una gran mesnada que me impresionaba, me sentía como un intruso, un espía, pero no lo era, no me sentía muy a gusto con un ejército tan grande, donde no conocía a nadie. Por la noche del mismo día en el que partimos, hubo problemas en el ejército con un soldado bebido que, al parecer, se llamaba Firentis, un hombre que la verdad me daba asco: trataba a la gente descaradamente y bebía mucho, lo que lo dejaba en un estado muy difícil de tratar.

Al mediodía, pude divisar un ejército, y nos ordenaron parar en la ladera de una colina. Al parecer, íbamos a luchar. Si sobrevivía a esta batalla, quedaría la mitad de contrato con el conde Tarchias.
Los guerreros que tenía alrededor parecían muy curtidos, pero no gritaban ni charlaban tanto como los nórdicos, y eso me gustaba. Poco a poco empecé a estar mejor en ese ejército: eran más tranquilos. El oficial de la unidad nos mandó protegernos tras los escudos. Mi escudo cometa era el más pequeño del ejército, donde hasta la infantería llevaba paveses. Empezaron a caer virotes enemigos. Uno se estrelló en mi escudo, otro, y otro, y otro. Se oyó el grito de un hombre, al que se le habría clavado uno por algún hueco. Ya echaba de menos el grito de dolor. Un jinete estaba galopando por la línea principal, al parecer arengando al ejército, pero yo no entendí nada, porque no hablaba mi idioma. Me giré un poco para mirar al jinete, cuando sentí un horroroso dolor en la pierna derecha: un virote me atravesó el gemelo. Solté un alarido de dolor, ¡Sabía que mi escudo era demasiado pequeño!. Me dolía mucho, me cojeaba la pierna, me sangraba. El compañero que tenía al lado me hizo una cosa que, al principio, no me gustó, pero que me salvó la vida: me arrancó violentamente el virote, y me tapó la herida con un trozo de lino. El dolor ya no era tanto.

Sin descanso alguno, unos treinta caballeros acorazados avanzaban hacia nosotros, y nada parecía poder pararlos. Inmediatamente una marea de virotes silbó sobre nuestras cabezas, y un cuarto de caballeros murió, y otro cuarto se paró. La otra mitad que quedaba cargó contra nosotros. Como nuestro ejército estaba formado principalmente, por lanceros y ballesteros, la mitad de los que llegaron murió. Yo maté un caballo, decapitándolo, y me manché de sangre.

Una vez matados los últimos caballeros,nos ordenaron cargar, o al menos eso entendí, porque toda la fila principal cargó, y yo con ella. El ejército no hacía más ruido que el que hacen las cotas de malla al moverse.
Estábamos muy cerca, y empecé a oír gritos. Quedaban unos veinte metros, y todo el ejército enemigo empezó a lanzar gritos de guerra, y con él, el ejército aliado. A los pocos segundos ya estaba en combate. Los swadianos eran unos rivales duros de vencer, me dieron un corte con una espada que no me dolió, pero me aterró ver la herida. Estaba muy inmerso en el combate, por eso no me dolía apenas. Maté a seis, que me dieron mucha pena. Mi equipo estaba lleno de sangre, y mi cara, y mis manos. La batalla fue muy dura.

Finalmente, vencimos y pudimos descansar toda la tarde y la noche. El mismo compañero que me ayudó en la chapuza del gemelo, me ayudó a curar del todo dicha herida y el corte en el pecho.
Pasamos un día de marcha, tiempo suficiente para medio curar mis heridas, no del todo. Me dolía todo el cuerpo, y estaba feliz por haber salido vivo de aquel conflicto.

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