viernes, 3 de junio de 2011

Crónicas de un soldado de línea V

Capítulo cinco:

CAPÍTULO 5
Donde descubro la importancia
de una
buena defensa.

No tenía mucha experiencia en presentarme ante nobles, pues de pequeño no me lo enseñaron. Quise ir al castillo de la ciudad para ver si podía firmar un contrato con algún noble de esta tierra.

Llegué al castillo, que estaba en la otra punta de la ciudad. Ahora empecé a darme cuenta de que hacía un viento que podría durar una temporada y que levantaba un poco de polvo por el ambiente.

Subí las escaleras del palacio, y me encontré a un hombre bajo y moreno, sin pelo por toda la cabeza excepto por una larga coleta que le colgaba por atrás. Tras unos minutos de presentaciones y charla, conseguí un contrato de otras dos batallas. Después de cómo me había ido con el Conde Tarchias, esto me parecía una buena idea. Salí de palacio, y pensé: que idiota este hombre, mil denares por apenas dos batallas. ¡Eso era un chollo que debía aprovechar!. Seguí en la taberna esperando a que la mesnada del noble se preparara para partir.

Partimos al día siguiente. Este ejército no me resultó incómodo, pues yo tenía caballo, pero sí me resultó extraño, ya que se componía de jinetes, en su mayoría arqueros. Había oído muchas leyendas y epopeyas de los khergitas, en las que decían que eran temibles guerreros invencibles e inalcanzables. Si ésto era cierto, me iba a venir muy bien para las dos próximas batallas que me esperaban antes de cobrar mil denares. El hombre con el que firmé el contrato era el Noyan Belir.

Estábamos marchando lentamente, cuando sonó un fuerte cuerno de guerra, y todos los khergitas se pusieron a galopar y a gritar como locos. Un jinete me aconsejó que me pusiera a la carga con los lanceros khergitas, puesto que yo también tenía un lanza. Al parecer, la batalla con los Rhodoks extendió mi nombre. Al principio, me pareció una idea un poco bárbara la de cargar con la lanza en ristre, ya que la mía no era de mucha calidad y creo que se podría partir en dos. También podía ponerme con los arqueros, pero nunca había disparado un arco a caballo, ni mi caballo era muy rápido, así que me fui con los lanceros a la carga.

Estábamos todos galopando con nuestras lanzas en ristre, cuando chocamos con algo. Yo estaba atrás y tuve que subir mi lanza para no matar a un aliado. Se había formado un melé de caballeros khergitas y unos jinetes que nunca había visto y que iban con unas cotas de malla. Esos misteriosos jinetes estaban masacrando a los “invencibles” jinetes khergitas. Uno golpeó mi escudo con un lucero del alba, que casi me lo destroza.

Inmediatamente, una lluvia de jabalinas impactó a nuestros caballeros, y mi escudo recibió una jabalina muy fuerte. Sin que me diera cuenta, otra masa de caballeros de cota de malla impactó contra nuestro apelotonado grupo. Yo estaba confuso y mareado, sin saber dónde estaba. Al fin los lanceros pudieron salir del combate cerrado contra esos misteriosos jinetes y cargamos contra la línea de infantería enemiga. Esa línea estaba compuesta principalmente por soldados ligeros, con apenas telas acolchadas con armaduras. Me impresionó el contraste que había entre caballería e infantería.

Una jabalina se estrelló contra la cabeza de mi caballo, que murió y me caí bruscamente al suelo. Estaba, por un lado, una marea de caballos corriendo y dando golpes, y por otro, un montón de hombres con armaduras muy ligeras de color naranja. Y yo estaba en medio de aquella mole de gente, tirado del caballo, y con un escudo bastante roto.

Empezaron a caerme golpes al escudo, parecía que todo el mundo quería matarme, mi escudo me estaba salvando la vida. Estaba confuso, y una mezcla entre el galope de los caballos, y el viento que había, me impedía ver. Me estaba mareando, cuando algo me estimuló: mi escudo se partió en pedazos. Me quedé en una brutal melé, con una espada nórdica y una lanza ligera de caballería. Estaba aterrado, cohibido. Tenía verdadero pavor y una angustia insoportables. Me intentaba defender de cuanto veía. Mi equipo estaba con sangre, y marrón del polvo que había. El Noyan Belir soltó un grito de guerra: “¡No somos nenas asustadas, somos KHERGITAS!. ¿Qué pensarán vuestros hijos de vosotros cuando sepan que sus madres son más valientes que sus padres? ¡Demostrad lo que éramos y lo que somos!” Y eso, aunque estaba dirigido a khergitas, me subió la moral mucho. Empecé a pensar: no necesito ningún escudo, porque no soy un cobarde, rodeado de estos hombres no necesitaré ninguna defensa. Mis pensamientos quedaron interrumpidos cuando un golpe, no sé si de espada o maza, me tiró al suelo y me dejó más mareado que antes. El polvo me cegaba, el cansancio me mareaba. Otro golpe me dieron esos hombres de piel un poco más oscura que la mía, que me hizo ver esa luz que dicen que se ve cuando te vas a morir, y veía como se acercaba, y acercaba, y acercaba...

No hay comentarios: