viernes, 24 de junio de 2011

Crónicas de un soldado de línea IX

Este capítulo no me ha salido muy bien, y es una especie de introducción del próximo.

Mi contrato había terminado, y me pagaron la jugosa cantidad de mil denares. Ensillé a mi caballo y me fui. Estaba saliendo del campamento, cuando cinco guardias me detuvieron. “¡Alto, estás detenido!”. Yo pregunté porqué. Me contestaron que era por orden del mariscal y que a mi no me importaba el motivo. Yo tenía espíritu guerrero y no me iba a dejar.

Espoleé el caballo y salí al galope como un rayo. Los guardias, también montados me perseguían con sus caballos de caza. Me estaban alcanzando y me estaba poniendo nervioso. Me estaban gritando que parara, cosa que nunca haría. Un guardia llegó a darle una cuchillada al caballo, que gritó de dolor. Yo no me dejé intimidar por eso y le devolví la jugada con mi arco corto. No le hice ningún daño, por supuesto, pero otro guardia apareció por el otro lado y me sacudió un golpe con una maza que me tiró del caballo.

No recuerdo más, pues cuando me desperté, me encontraba en una tienda de campaña, encadenado.

Entró el mariscal y me habló: “Me han dicho que aguantaste toda la batalla. Tú lucharás en mi guardia personal, quieras o no quieras. No te voy a robar nada, es poco cortés”. En ese momento sentí tal rabia que escupí en la cara al noble, cosa que no me perdonaría. Un guardia dijo: “yo le azotaré, señor”. El noble estaba muy serio, no gesticulaba nada. “No, guárdate el látigo para otro”. “Un soldado tan bueno no puede ser tratado como a un ladrón”.

Al día siguiente me soltaron y me llevaron a la tienda de los guardaespaldas. Los que estaban allí eran personas con buen equipo y muy curtidos. Una voz femenina me habló, y cuando me di la vuelta, vi a la mujer más bella que había visto en mi vida. “¿Cómo te llamas?”. “No te lo puedo decir”. Contesté yo. “Un hombre desconocido. Ja. ¿A ti también te han llevado aquí a la fuerza?”. Yo asentí. “Pues ya somos dos. Me llamo Erika, y soy una guerrera muy buena, vengo del desierto, por eso soy muy morena”. “Encantado Erika”. Respondí.

Pasamos la noche bien, y emprendimos la marcha al amanecer. Erika era muy simpática, y tenía mucho carácter. Ya me la imaginaba yo matando a hombres que subestiman a las mujeres.

Nos detuvimos por la tarde, pero no montamos un campamento, nos ordenaron que formáramos detrás del mariscal, pues éramos sus guardaespaldas. Estuvimos ahí, esperando toda la tarde. Erika llevaba un caballo de guerra y un sobretodo de mallas, no llevaba casco. Tenía una espada, un escudo redondo y lanzas arrojadizas. Era temible. Me aburría, sin saber lo que iba a suceder...

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