sábado, 11 de junio de 2011

Crónicas de un soldado de línea VII



CAPÍTULO 7
Donde descubro cuánto tiempo necesita una herida.

Habían pasado tres semanas, y mi clavícula estaba muy bien. Ensillé a mi caballo y salí de la ciudad. Tenía el equipo completo, y dinero para pagar algunas cosas. Me dí cuenta de que las estepas no eran realmente planas, sino que eran pequeños montículos.

Yo ya esperaba que algún grupo de bandidos de la estepa me alcanzara y que tuviera que pagarles, pero no me encontré ninguno en todo el día.

El sol se estaba poniendo cuando vi una columna de humo, y le di un golpe con una varilla de fresno al caballo para que galopara. Empezó a venirme un hedor que me sonaba, no sé de qué, pero era asqueroso. Llegué, y era un campo de batalla sembrado de cadáveres y armas. Encontré, milagrosamente, una loriga de mallas en el suelo. Pensé “alguien se la habrá dejado aquí”, y me la puse. No estaba ni rota ni olía a muerto ni nada, estaba como nueva. Continué la marcha con mi caballo.

Estaba ya oscuro, encendí un fuego, y monté un pequeño campamento. Dormí bien toda la noche.

Amaneció, desayuné, ensillé el caballo y seguí mi camino. Empezaron unas llanuras más verdes, por lo que calculaba que debería estar en territorio swadiano. La ciudad más cercana de donde calculaba que estaba era Uxhkal, donde iría a buscarme un trabajo.

Hacía mucho calor, el sol abrasaba, y yo no tenía apenas agua. Entré a la ciudad, que era muy bonita, pero muy tranquila. Era una ciudad pobre, no había mucha gente por las calles, por lo que encontrar trabajo no sería difícil. Me acerqué al herrero, y le pregunté si tenía trabajo para mí. Me dijo que no. Si no tenía el herrero, no tendría nadie, así que intenté ir al castillo.

El guardia me preguntó quién era, yo no pude contestar eso. Al parecer el soldado estaba de buen humor hoy, por lo que me dejó pasar. Me presenté al Conde Plais, contándole mi historia. Tras unos pocos minutos de charla, firmé un contrato de dos batallas con él, pero de soldado de infantería.

Salimos al amanecer del día siguiente. Éste era un ejército muy grande, y me sentía algo incómodo. Estuvimos un día entero de marcha rápida, y divisé, al atardecer una columna de humo en el cielo. Empezamos a ir cada vez más rápido, divisé un castillo asediado, no sabía de qué facción era. Al final terminamos galopando y corriendo hasta llegar al campo de asedio. Allí, sin descanso alguno, nos mandaron unirnos al asalto por la escalerilla.

Empezaron a llovernos virotes por todos sitios, se clavaban en los escudos de los que tenían suerte, y en los cuerpos de los que no tenían tanta. Se habían estrellado cinco en mi escudo. Un virote me dio de lleno en el hombro izquierdo, pero la malla era remachada y paró el disparo sin hacerme un rasguño. Empezamos a subir por la escalerilla, yo ya oía los gritos de la gente, mientras los enemigos nos lanzaban de todo por las torres.

Un virote me atravesó el casco, y me hizo una pequeña herida en la cabeza que escocía como un demonio. Llegué a la melé en la muralla, y empecé a pegar tajos de arriba a abajo con mi espada nórdica. Maté a un campesino que no llevaba casco. Estábamos muy apelotonados, y hacía mucho calor, yo sudaba, y cada vez venían más hombres por la escalerilla. Me hicieron una herida en el brazo derecho, mi cota de malla estaba cediendo. La lucha se hacía interminable.

Se me empezó a nublar la vista, por el cansancio de la batalla. Me estaba mareando, y recordé: “me entrené para ésto, éste es mi trabajo, yo ya he sufrido mucho más” . Éstas palabras me activaron de nuevo la mente, y luché con más ganas. Batallé como si no hubiera otro día, hasta que mi equipo estaba rojo: mi escudo, mi casco, mi espada, mi armadura, mi cara. Pasamos ese cuello de botella, y corrimos por la muralla, matando a todo el que no fuera de los nuestros. Matamos a mujeres y niños, yo maté a una mujer que soltaba alaridos de dolor cuando le atravesé el pecho con mi espada. Maté a un niño, le rebané la cabeza.
Al final del día, habíamos tomado el castillo. Habíamos tomado el castillo de Almerra.

Regresamos a la ciudad, envueltos de gloria y riquezas. Estuvimos un mes entero sin hacer nada en la ciudad, que me vino muy bien para recuperar mi herida de la cabeza. 

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